Conoce la terrible historia que da forma a Zombie Blood®. Dividida en 9 breves capítulos que iré subiendo aquí ~:) muahahaha!
Cuando el equipo de investigación comandado por Jean-Henri Charnay, doctor en historia medieval de la Universidad de París, logró por fin limpiar la senda y abrirse camino hacia la cripta oculta bajo la olvidada capilla de Ancône, ninguno de aquellos hombres podía imaginar que era solo el inicio de una serie de increíbles acontecimientos cuyas consecuencias se harían terriblemente tangibles décadas después…
Allí abajo encontraron el cuerpo incorrupto y ricamente engalanado de un hombre, aunque como veremos más adelante, no de la forma que esperaban hacerlo. Sin duda eran los restos de los que hablaban los antiguos legajos: un mártir cuyo nombre se perdía en la noche de los tiempos y que debió, según las pesquisas del catedrático, ser llevado hasta allí a finales del siglo VIII por los francos después de que Liutpardo, rey de los lombardos, se hiciese con ésta y otras reliquias trasladándolas desde cada rincón rincones de la cristiandad.
Venerados con extrema devoción en la antigüedad, era extraño que aquel mártir hubiera permanecido oculto durante siglos.
Jean-Henri y su equipo pronto fueron conscientes de lo inusual del descubrimiento.
En primer lugar, aquella vieja capilla había sido borrada de todos los mapas y antiguas rutas peregrinas. Solamente años de investigación habían logrado relevar su ubicación original: al noreste, en los densos bosques de Bois Saint-Pèe.
En segundo lugar, alguien se había ocupado de bloquear la entrada a la cripta de una forma demasiado esmerada: pesadas losas y cadenas corrompidas por el tiempo impedían el acceso, algo completamente inusual en este tipo de construcciones.
Y por último, y sin duda lo más perturbador: lo anormal de la situación de aquel cuerpo incorrupto.
El cuerpo se encontraba decúbito supino, fuertemente amarrado con gruesas cuerdas (ya casi deshilachadas por los años) a una especie de altar bajo. Sus huesudos antebrazos, de un marrón oscuro apergaminado, permanecían elevados con los músculos consumidos mostrando aun su tensión original. Sus manos, como las garras de una alimaña, intentaban aferrar algo… algo que hacía siglos que ya no estaba allí, y unas largas uñas de un amarillo casi dorado se curvaban retorcidas, ennegreciéndose hacia los extremos, conformando una estampa de lo más aterradora.
Un tremendo boquete coronaba su cabeza a la altura del hueso frontal. El impacto, propinado sin duda por un objeto contundente que no lograron hallar en la escena, le había atravesado el cráneo de delante hacia atrás por completo.
Y para terminar, esa horrible expresión: la boca abierta de una forma antinatural, en una mueca casi animal, como un lobo rabioso a punto de morder con violencia.
El desorden reinante completaba lo inusual de la estampa: unas velas de color negruzco se mezclaban a cada paso con los pedazos casi irreconocibles de pergaminos deshilachados. Los restos de gruesos tablones de madera y palos ya corroídos por el tiempo crujían bajo los pies en una amalgama de despojos, ocultando casi por completo el suelo húmedo de la sala. La imagen no era, desde luego, la de un lugar de veneración y reposo para sentir a Dios en presencia de un genuino mártir cristiano.
Aquello eran más bien los restos de una escena de lucha y caos, y no costaba imaginar el sonido de las pisadas de hombres a la carrera resonando en los muros de piedra. De hecho, era complicado mantener la mente bajo control y no imaginar cosas mucho peores…
Tres semanas después, en los sótanos del Palacio Nacional de los Inválidos, en París, un equipo médico desplazado desde el hospital de la Pitié-Salpêtrière trabajaba conjuntamente con especialistas de la Dirección General de Policía Científica de la capital y expertos del Museo del Louvre coordinados por Jean-Herní Charnay. ¿Su propósito?, realizar una autopsia y recoger muestras para así conocer algo más sobre el misterioso mártir.
Extracto del anexo al Dossier central de la investigación. Contiene extracto de la autopsia y temporización de eventos, basados en las entrevistas asociadas a la investigación.
Jueves 4 de noviembre.
– 07:58 h. Los expertos del Louvre retiran con sumo cuidado las cuerdas, los ropajes y joyas que engalanan al cadáver.
– 08:56 h. Da comienzo la autopsia con un examen exterior del cuerpo. Parece haber marcas evidentes de lucha o de tortura. Extrañamente, muchas parecen ser señales post-mortem.
– 09:50 h. Se han tomado muestras del interior de la momia. Se obtiene tejido del nervio óptico, corazón y pulmón.
– 10:00 h. El equipo se dispone a obtener una muestra de sangre (ya completamente coagulada) de la arteria femoral.
– 10:05 h. El Doctor Jean-Henrí ha sufrido un accidente ridículo. Ha tropezado con uno de los cables de las potentes lámparas de la sala y ha chocado con el técnico que estaba extrayendo la sangre del cuerpo incorrupto. Parece haberse clavado parcialmente la aguja en el antebrazo. Es una punción que sin duda no reviste gravedad alguna. Tras hacerse una cura rápida vuelve a la sala.
– 11:20 h. Se terminan de tomar muestras del abdomen y del interior de la columna vertebral.
– 12:00 h. El profesor Jean-Henrí parece sentirse indispuesto. Su aspecto ha cambiado rápidamente y su tez es ahora de un pálido mortecino. Tiembla. Pese a la insistencia de los presentes el doctor declina ir al hospital y achaca su estado al cansancio y a una gripe causada por el temporal de frío y lluvia que asola Francia esos días.
– 14:30 h. El profesor se disculpa y decide marcharse a casa para recuperarse.
– 19:37 h. El ayudante de Jean-Henrí llama repetidas veces al teléfono de la residencia del Doctor para interesarse por su estado sin obtener respuesta.
Viernes 5 de noviembre.
– 09:05 h. El profesor Jean-Henri no ha acudido a la universidad aquella mañana. Su ayudante vuelve a llamarlo a casa… no hay respuesta.
– 13:40 h. Una lluvia torrencial de granizo cae sobre París. Parece noche cerrada pese a ser la hora de comer. Sécurité Civile recomienda no salir a la calle si no es estrictamente necesario. La previsión habla de una ligera mejoría en unas 24 h. La población se encierra en sus casas atentas a la radio.
Sábado 6 de noviembre.
– 10:30 h. El ayudante del profesor decide acercarse a la casa de éste aprovechando que el temporal ha remitido. La ciudad se repone poco a poco del tremendo diluvio.
– 11:13 h. La policía tiene acordonada la manzana. No se permite acceder a nadie. Tres ambulancias esperan junto al cordón policial. Lo extraño es que no están al otro lado la barrera. Nadie parece saber qué ocurre. Los vecinos, agitados, hablan de algunos extraños sucesos ocurridos la última noche, pero la tormenta parece ser la causa más probable de todo aquel jaleo.
– 12:10 h. El ayudante del profesor no logra conseguir información fiable ni contactar con él. Decide volver a la universidad.
– 12:30 h. Algo ocurre en el metro de París. Las primeras informaciones hablan de grupos de violentos totalmente descontrolados. Los altercados se atribuyen rápidamente a simpatizantes de extrema izquierda que se dirigen a una manifestación convocada por la Confédération Nationale du Travail.
– 13:35 h. El metro de Paris se evacúa. Se colocan controles en cada una de las salidas del suburbano.
– 14:40 h. En todas las cadenas de televisión y radios de la capital se repite el mismo mensaje: «Se están produciendo fortísimos disturbios entre manifestantes (llegados al parecer de toda Francia y organizados casi como guerrillas urbanas) y las fuerzas de seguridad de la capital. Las autoridades han decretado el toque de queda y se prohíbe a la población acercarse al barrio de Montmartre.»
– 15:48 h. Decenas de helicópteros «Gazelle» y «SA 330 Puma» del ejército francés sobrevuelan la capital. Hileras de camiones militares repletos de soldados recorren las avenidas parisinas. Todos los accesos al barrio norteño están cortados por el ejército.
Martes 9 de noviembre.
– 14:20 h. El Presidente de la República, Georges Pompidou, comparece ante los medios. Toda la población permanece expectante junto a sus transistores. En una rueda de prensa histórica, explica, con semblante solemne, que los terribles disturbios han cesado por fin.
«Los terribles disturbios que comenzaron en la mañana del pasado sábado día 9 han sido totalmente controlados por nuestras heroicas fuerzas de seguridad, apoyados por el ejército. En una lucha sin cuartel contra los salvajes manifestantes por devolver el barrio de Montmartre y sus alrededores a la normalidad, hemos perdido a 138 hombres, y han resultado heridos más de 240. Su sacrificio no hace sino apuntalar nuestra más firme defensa de la democracia y sus instituciones. Jamás cederemos al chantaje o la presión violenta de los que no entienden las más básicas reglas del juego, ¡venga de donde venga!
En cuanto a los manifestantes, a los que a partir de este momento voy a denominar, sin resquicio a la más mínima duda, terroristas, sanguinarios e inhumanos, se cuentan en 580 sus bajas. Aunque estamos en la primera fase de la compleja investigación, creemos que procedían de toda Francia y Europa, armados y organizándose como verdaderos comandos guerrilleros para crear disturbios de gravedad en el metro de París y presionar así al legítimo gobierno del pueblo francés.
Dada la extrema gravedad de estos incidentes, esta misma mañana se ha aprobado de urgencia por la totalidad de la Asamblea Nacional una serie de leyes cuya finalidad es fortalecer nuestro sistema democrático frente a actos terroristas.
De esta forma, las pesquisas sobre lo ocurrido y su posterior seguimiento recaerán en un grupo policial con atribuciones especiales creado a tal efecto. La denominada AUZ (Antiterroriste Unité Zéro). Así se agiliza el proceso y, como nación, nos blindamos ante monstruosas conductas antidemocráticas. De igual forma, quedan suspendidas temporalmente una serie de libertades en pos de obtener un control completo sobre la situación, y no permitir fisuras que ayuden a nuestros enemigos en estos momentos de sobrecogimiento.»
Lo que no dijo el señor Pompidou en aquella histórica comparecencia es que todo se trataba de un engaño orquestado a contrarreloj por su gobierno para tapar a toda costa una realidad tan brutal que jamás debía ser conocida. Por nadie. Nunca.
No hubo manifestantes, no hubo terroristas o alborotadores armados, ni lucha de guerrillas en cada rincón del viejo barrio parisino… hubo algo mucho peor, un horror atávico había sido liberado… una aversión capaz de unir el mundo de los muertos y de los vivos.
En las semanas posteriores tanto el metro como secciones completas del barrio permanecieron cerradas, y cualquier intento por parte de la prensa para indagar en las numerosas lagunas que presentaba el incidente era frenado en seco aduciendo que la «Ley Montmartre» (así se llamó a todo el conjunto de medidas extraordinarias aprobadas para acallar y ocultar todo el suceso) no permitía la intromisión de la prensa para evitar que datos sensibles de la investigación salieran a la luz, perjudicándola.
Por lo tanto nadie vio a los miembros del ejército equipados con trajes especiales recogiendo decenas de cadáveres acribillados. Ni a los científicos militares tomando muestras. Nadie pudo ser testigo de cómo salían del barrio decenas de camiones, aparentemente de reparto, cargados con cuerpos destrozados hacia una dirección desconocida.
Unos días después, el hecho de poner sobre la mesa que entre los «manifestantes» no hubo ni un solo herido, solo víctimas mortales, o que la gran mayoría era gente completamente ajena a movimientos sindicales, con vidas estables y trabajos bien remunerados, cuyo perfil estaba en las antípodas de lo que el gobierno afirmaba, o que a las familias aun no se les habían devuelto los restos mortales de sus parientes aduciendo la complejidad del proceso de identificación, terminó con decenas de periodistas y familiares detenidos. La represión era evidente.
De hecho, a las familias de los fallecidos les llegó, más tarde, un complejo documento legal en el que se les eximía del pago de cifras millonarias al estado en concepto de daños causados, si tenían a bien no emprender ningún tipo de acción legal o realizar declaración alguna sobre lo sucedido. Al contrario, se les informaba de que una importante cifra de dinero se les ingresaría inmediatamente a modo de compensación por el mal estado en el que se les devolverían los restos mortales de sus parientes debido a un incendio que arrasó la estación de metro en pleno disturbio. Tanto es así que no podrían abrir, bajo ningún concepto, los ataúdes correspondientes, que vendrían, de hecho, sellados.
Pero pronto el foco de atención se dirigió oportunamente a otros asuntos… el conveniente escándalo sexual del líder de la oposición, la guerra en una colonia, o el evento deportivo de turno terminaron de silenciar con la complicidad del aparato estatal al completo aquel fin de semana de terror.
La madrugada era fría y húmeda aquel jueves de febrero cuando el tren de mercancías especiales cruzó sin parar la estación de Canfranc dirección sur. Los enormes contenedores estaban pintados de negro mate y no llevan distintivo alguno. El convoy viajaría sin realizar ni una sola parada durante horas, ante la curiosa mirada de algún paisano.
Oficialmente, procedía de la Central Nuclear de Brennilis, en el noroeste de Francia, y su destino era un punto indeterminado de la meseta central, en España.
Dicha travesía era la culminación de un complejo tratado franco-español en el que el régimen apostaba por un aparente aperturismo. No faltaba mucho para la visita de Nixon y Kissinger y era una oportunidad excelente de apuntalar las relaciones con el país vecino. España, interesada en perfeccionar su tecnología nuclear, aceptaba hacerse cargo y almacenar 40 toneladas de residuos radioactivos procedentes de Francia. Mientras, el gobierno de París prometió suministrar información sensible sobre la construcción de centrales nucleares avanzadas así como interceder a su favor ante la ONU.
Naturalmente, dicho tratado era completamente secreto, y la población no debía, bajo ninguna circunstancia saber que España aceptaba, de buen grado, material potencialmente peligroso.
Dos días después, en mitad de Castilla-La Mancha (centro de España) y bajo una lluvia ligera y persistente, el último de los camiones que ahora transportaban los contenedores aparcaba junto a la gigantesca zanja. Aunque la noche era cerrada, una serie de focos instalados en los alrededores iluminaban el conjunto: el terreno había sido excavado a lo largo de unos 100 x 50 metros. La profundidad era de al menos otros 50 metros.
Don Pierre Victor Auger, experto en energía nuclear enviado desde París para hacerse cargo de la misión, con un marcado acento francés, dio las últimas instrucciones a los presentes mientras jugueteaba distraído con un contador Geiger:
– «Señores, buenas noches. Hagamos este trabajo de la forma que hay que hacerlo. Recuerden que los contenedores no han de sufrir ningún tipo de daño, bajo ninguna circunstancia. Están repletos de material procedente de una central nuclear, y la radiación nos mataría en segundos. Si los contenedores están bien, todo está bien, todos estamos a salvo. Recuerden las instrucciones de seguridad y el orden de cada uno de los contenedores. Cuando todos estén apilados al fondo de esta zanja, han de comenzar a rellenarla con la mezcla que se les indicó. Presten atención, caballeros, y todo irá bien.»
Los trabajos se desarrollaron según lo previsto. A las 48 horas la única huella visible de lo que allí permanecía soterrado eran las marcas en el barro de decenas de vehículos pesados. Las lluvias y la vegetación no tardarían en ocultar cualquier evidencia. El lugar exacto se encontraba en un pequeño valle, rodeado de algunas elevaciones boscosas. Un viejo camino serpenteaba por una ladera y llegaba a una solitaria carretera comarcal. A 4 kilómetros, un pequeño pueblo de gente humilde que jamás se preguntó qué eran aquellas luces que venían del valle dos días antes. A solo dos kilómetros, un imponente lago recortaba el horizonte con un reflejo color plata.
El régimen recibió información sensible sobre tecnología nuclear avanzada y, gracias a la intercesión de Francia ante la ONU, España vivía el punto de máxima tolerancia ante las democracias occidentales. Aparentemente era un buen trato. Aparentemente.
Francia no se estaba deshaciendo de 40 toneladas de material radioactivo. Francia se deshacía, para siempre, y lejos de su territorio, de los restos contaminados de 686 cadáveres.
Francia con esta estratagema sellaba bajo toneladas de cemento sus demonios… a miles de kilómetros de distancia.
Durante dos semanas, justo después del brote, los científicos intentaron determinar qué había ocurrido con aquellas personas a las que, simplemente, no se les podía matar si no era destrozando su cerebro. ¿Qué era capaz de hacer que Noëlle Lumiere, una adolescente de 15 años, poseída por una especie de rabia animal fuera capaz de correr 200 metros mientras recibía andanadas de disparos que hubieran podido dejar seco a un rinoceronte, hasta llegar a desmembrar con sus manos desnudas a 2 curtidos soldados? , ¿Qué cojones hizo posible que Charles Piaf, un jubilado de 72 años incapaz de moverse sin su silla de ruedas, arrancase, cegado por una ira incontrolable, la cabeza de un gendarme, después de recibir hasta 6 disparos en el pecho?
Los análisis no aportaron ningún tipo de respuesta científica, sólo más preguntas… La «Ley Montmartre» fue la sentencia del estado al brote de aquel día… el primer clavo en un ataúd de silencio que culminaría con los restos de los infectados a decenas de metros bajo tierra en el centro de España.
Marcos y Eva llevaban años dando vueltas a una idea, crear su propio negocio. Lo que al principio fue un sueño recurrente al que acudir para encontrar la ilusión perdida, era, tanto tiempo después, una realidad que comenzaba a tomar forma…
Viernes 18 de marzo, 2014
– 08:50 h. El lugar es precioso, de todos los sitios que hemos estado sopesando, esta finca tiene algo que nos ha enamorado, ¡creo que es hora de dar el paso!
Miércoles 23 de marzo, 2014
– 13:00 h. ¡Lo hemos hecho!, ya está firmado… ¡la finca es nuestra! Creo que ha sido amor a primera vista, el sitio es perfecto. La bodega necesita algunos retoques… bueno, TODO necesita muchos retoques, pero es el sitio ideal.
Lunes 21 de abril, 2014
– 12:30 h. Las semanas están pasando en un abrir y cerrar de ojos. Con todo el papeleo para montar la empresa y las obras aquí, casi ni soy consciente de que estamos a punto de cumplir nuestro sueño, ¡nuestra propia destilería!
– 20:40 h. Por fin hemos podido abrir el pozo de agua que localizamos hace unos días, es una noticia genial. El agua viene, según nos han dicho, del subsuelo de la zona, lo que hace que sea realmente pura. ¡Por ahora todo son buenas noticias!
Viernes 16 de mayo, 2014
– 12:00 h. Acaban de instalar las últimas máquinas, el laboratorio es perfecto. Estoy increíblemente cansado, pero creo que esta semana cerramos todo el papeleo. Mañana nos traen los productos… ah, ¡y las tarjetas de visita!, así que creemos que en dos semanas… ¡podemos estar produciendo nuestro propio licor! 😀
Viernes 30 de mayo, 2014
– 19:20 h. Tengo en mis manos la primera botella de nuestro licor. Hay tanto trabajo condensado aquí… Nuestros amigos y familia esperan para hacer la cata oficial, han venido a pasar el fin de semana al pequeño pueblo que hay a unos 4 km de la finca. ¡Salud!
– 03:30 h. Algo ha salido mal, esperamos que haya sido la cena… seguro que ha sido la cena. Se acaba de ir la luz en el hotel rural y parece haber movimiento en el piso de arriba… ¡creo que nos hemos llevado de premio una buena gastroenteritis! Al menos el licor estaba genial, justo como lo habíamos planeado. Creo que la noche va a ser un ir venir al lavabo. Joder, menuda celebración.
– 05:14 h. Escribo desde el puto sótano, encerrado. No hay luz aquí, no tengo apenas batería. No sé qué cojones está pasando, pero he visto cosas… afuera arrecia la tormenta, pero la verdadera tormenta está aquí dentro, ¡¡¡necesito ayuda joder!!!! Espera, creo que he encontr………..